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De animales a dioses

Actualizado: Vie, 05/12/2014 - 09:48

Cuando volvió a subir el nivel de mar en isla de Flores, algunas personas quedaron atrapadas en la isla, que era pobre en recursos. Las personas grandes, que necesitan mucha más comida, fueron las primeras en morir
Lo mejor que hizo el fuego fue cocinar. Alimentos que los humanos no pueden digerir en su forma natural (como el trigo, el arroz y las patatas) se convirtieron en alimentos esenciales de nuestra dieta gracias a la cocción
El fuego no solo cambió la química de los alimentos, cambió asimismo su biología. La cocción mataba gérmenes y parásitos que infestaban los alimentos. A los humanos también les resultaba más fácil masticar y digerir antiguos platos favoritos como frutas, nueces, insectos y carroña si estaban cocinados
El advenimiento de la cocción permitió que los humanos comieran más tipos de alimentos, que dedicaran menos tiempo a comer, y que se las ingeniaran con dientes más pequeños y un utensilio más corto

El libro “De animales a dioses. Breve historia de la humanidad” (Debate) ha logrado en pocos meses vender 300.000 ejemplares en una veintena de países. En España ya va por su cuarta edición... Escrito por Yuval Noah Harari, un especialista en historia medieval, tal vez el motivo de su éxito son las preguntas que plantea: ¿Cómo logró nuestra especie imponerse en la lucha por la existencia? ¿Qué nos aportó el fuego? ¿Por qué nuestros ancestros recolectores se unieron para crear ciudades y reinos? ¿Cómo acabamos sometidos a la burocracia, a los horarios y al consumismo?

A continuación extractamos algunos párrafos de las páginas 24, 25 y 26, en concreto del subcapítulo titulado “Una raza de cocineros”. Por cierto, justo en las páginas precedentes, Harari relata como los humanos evolucionaron por primera vez en África oriental hace unos 2,5 millones de años, a partir del “simio austral”. Y también que aunque tendemos a pensar que solo existió el Homo sapiens, hubo muchos otros muchos “homus” que convivieron con él en su misma época. Por ejemplo, el Homo neanderthalensis (“el hombre del valle del Neander”) que era más corpulento y musculoso que el sapiens, pues estaba bien adaptado al clima frío que hacía en Euroasia de la época de las glaciaciones. Por su parte, en la isla de Java vivía el Homo soloensis, “el hombre del valle del Solo”, que estaba adaptado a la vida en los trópicos.

 “En otra isla indonesia –prosigue Yuval Noah Harari–, la pequeña isla de Flores, los humanos arcaicos experimentaron un proceso de nanismo. Los humanos llegaron por primera vez a Flores cuando el nivel del mar era excepcionalmente bajo y la isla era fácilmente accesible desde el continente. Cuando el nivel del mar subió de nuevo, algunas personas quedaron atrapadas en la isla, que era pobre en recursos. Las personas grandes, que necesitan mucha más comida, fueron las primeras en morir. Los individuos más pequeños sobrevivieron mucho mejor. A lo largo de generaciones, las gentes de Flores se convirtieron en enanos. Los individuos de esta especie única, que los científicos conocen como Homo floresiensis, alcanzaban una altura máxima de solo un metro, y no pesaban más de 25 kilogramos. No obstante, eran capaces de producir utensilios de piedra, e incluso, ocasionalmente, consiguieron capturar a algunos de los elefantes de la isla (aunque, para ser justos, los elefantes eran asimismo de especie enana)

Ahora sí, vamos con este pequeño resumen del capítulo “Una raza de cocineros”:

“Un paso importante en el camino hasta la cumbre fue la domesticación del fuego. Algunas especies humanas pudieron haber hecho uso ocasional del fuego muy pronto, hace 800.000 años (…) Ahora los humanos tenían una fuente fiable de luz y calor, y un arma mortífera contra los leones que rondaban en busca de presas. No mucho después, los humanos pudieron haber empezado deliberadamente a incendiar sus inmediaciones. Un fuego cuidadosamente controlado podía convertir espesuras intransitables e improductivas en praderas prístinas con abundante caza. Además, una vez que el fuego se extinguía, los emprendedores de la Edad de Piedra podían caminar entre los restos humeantes y recolectar animales, nueces y tubérculos quemados”.

“Pero lo mejor que hizo el fuego fue cocinar. Alimentos que los humanos no pueden digerir en su forma natural (como el trigo, el arroz y las patatas) se convirtieron en alimentos esenciales de nuestra dieta gracias a la cocción. El fuego no solo cambió la química de los alimentos, cambió asimismo su biología. La cocción mataba gérmenes y parásitos que infestaban los alimentos. A los humanos también les resultaba más fácil masticar y digerir antiguos platos favoritos como frutas, nueces, insectos y carroña si estaban cocinados. Mientras que los chimpancés invierten cinco horas diarias en masticar alimentos crudos, una única hora basta para la gente que come alimentos cocinados”.

“El advenimiento de la cocción permitió que los humanos comieran más tipos de alimentos, que dedicaran menos tiempo a comer, y que se las ingeniaran con dientes más pequeños y un utensilio más corto. Algunos expertos creen que hay una relación directa entre el advenimiento de la cocción, el acortamiento del tracto intestinal humano y el crecimiento del cerebro humano. Puesto que tanto un intestino largo como un cerebro grande son extraordinarios consumidores de energía, es difícil tener ambas cosas. Al acortar el intestino y reducir su consumo de energía, la cocción abrió accidentalmente el camino para el enorme cerebro de neandertales y sapiens”.

“El fuego abrió también la primera brecha importante entre el hombre y los demás animales. El poder de casi todos los animales depende de su cuerpo: la fuerza de sus músculos, el tamaño de sus dientes, la envergadura de sus alas. Aunque pueden domeñar vientos y corrientes, son incapaces de controlar estas fuerzas naturales, y siempre están limitados por su tamaño físico. Las águilas, por ejemplo, identifican las columnas de corrientes térmicas que se elevan del suelo, extienden sus alas gigantescas y permiten que el aire caliente las impulse hacia arriba. Pero las águilas no pueden controlar la localización de las columnas, y su capacida de carga máxima es estrictamente proporcional a su envergadura alar"”

“Cuando los humanos domesticaron el fuego, consiguieron el control de una fuerza obediente y potencialmente ilimitada. A diferencia de las águilas, los humanos podían elegir cuándo y dónde prender una llama, y fueron capaces de explotar el fuego para gran número de tareas. Y más importante todavía, el poder del fuego no estaba limitado por la forma, la estructura o la fuerza del cuerpo humano. Una única mujer con un pedernal o con una tea podía quemar todo un bosque en cuestión de horas. La domesticación del fuego fue una señal de lo que habría que venir”.

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